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El petróleo transformó Dubai en la década de 1970. Hoy la ciudad tiene el edificio más alto del mundo, gigantescos centros comerciales y unos dos millones de habitantes, que dependen de la desalinización del agua de mar y del aire acondicionado (y por ende, de la energía barata) para vivir en el desierto Arábigo.
Foto: Jens Neumann / Edgar Rodtmann
Esta playa de Rosignano Solvay, en la Toscana, refleja la relación de los humanos con el mar. La arena «tropical» ha sido blanqueada por los carbonatos de la planta química, que hasta hace poco también vertía mercurio. La planta convierte la sal del mar en cloro y otros productos esenciales. Los combustibles fósiles proporcionan la energía necesaria para esas transformaciones. El CO₂ que escupen las chimeneas y los tubos de escape en todo el mundo está acidificando el océano, lo que constituye una amenaza para la vida marina.
Descubierto en 1911, este yacimiento en South Belridge, California, produjo petróleo mientras las ciudades se adaptaban a los coches y las moléculas de hidrocarburos eran transformadas en artículos de plástico, cosméticos y productos farmacéuticos. Actualmente, South Belridge produce 32 millones de barriles al año, cantidad suficiente para cubrirla demanda mundial durante nueve horas. La oferta de petróleo podría desplomarse en el transcurso de este siglo.
Las compañías petroleras perforan cada vez más profundamente en busca de petróleo en aguas marinas, y las mineras extraen todo el carbón de los Apalaches, que genera la mitad de la electricidad de Estados Unidos. Esta colina en Kayford Mountain, Virginia Occidental, desapareció en un día. Unas 470 cimas lo han hecho desde los años ochenta, y sus residuos han cegado los ríos. La minería por desmonte sólo aprovecha el 6 % de los depósitos de carbón.
Museo de Historia, Aralsk, Kazajstán. El esturión barba de flecos está próximo a la extinción, y ya no se encuentra en el mar de Aral; los trasvases convirtieron lo que fue el cuarto lago más grande del mundo en una laguna polvorienta. En los últimos 500 millones de años, los sucesos naturales causaron cinco extinciones masivas de plantas y animales. Los humanos podríamos estar causando la sexta.
En las áridas llanuras del sur de España, la tierra da sus frutos en el mayor complejo de invernaderos del mundo. Éstos utilizan el agua y los nutrientes con eficiencia y producen durante todo el año (por ejemplo, tomates en invierno). Pero el reto en el mundo son los cereales y la carne, no los tomates. Usamos el 38 % de la tierra firme libre de hielo para alimentar a 7.000 millones de personas, y se prevé que para 2050 habrá 2.000 millones más.
Fertilizantes y pesticidas hacen posible la alta productividad y la calidad celebradas en esta valla publicitaria, pero sus efectos nocivos son de gran alcance: la escorrentía cargada de nitrógeno de los campos fertilizados, por ejemplo, causa zonas muertas en las desembocaduras de los ríos.
Presa Hoover y lago Mead, Nevada. Las presas controlan las inundaciones, llevan agua a los cultivos -y a la gente- y generan el 16 % de la electricidad mundial, sin emisiones de carbono. También han desplazado entre 40 y 80 millones de personas y han destruido ecosistemas fluviales. Más de la mitad de los grandes ríos del mundo están hoy embalsados, algunos explotados al máximo. La sequía constante ha dejado una marca en el lago Mead, que suministra agua a gran parte del Sudoeste de Estados Unidos.
La Pueraria lobata, una planta trepadora asiática de crecimiento rápido, ha ocupado millones de hectáreas en Estados Unidos desde que se plantó en la década de 1930 para controlar la erosión. Las plantas exóticas difundidas por la mano del hombre son una amenaza para la biodiversidad mundial. Casi todas las especies amenazadas en Estados Unidos lo están en parte por la presión de las foráneas invasoras.
El proceso de desguace de barcos crea puestos de trabajo en Chittagong, Bangladesh y proporciona gran cantidad de metales reciclables, pero también produce asbestos, bifenilos policlorados y otras sustancias tóxicas. Aunque el reciclaje de residuos va en aumento, también crece muy deprisa la producción de basura. En las ciudades estadounidenses, durante los últimos decenios las dos tendencias se han equilibrado mutuamente.
Unos 20 millones de personas viven en Ciudad de México, la quinta área metropolitana más grande del mundo. En 1800, un 3 % de la población mundial vivía en ciudades. Hoy es el 50 %, y la cifra sigue aumentando. En los superpoblados barrios de chabolas, la necesidad de agua limpia y saneamiento es urgente. Sin embargo, la urbanización también tiene aspectos positivos: la ciudad consume menos energía por habitante y contamina menos que las áreas rurales.
Foto: Pablo López Luz
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Es un nuevo nombre para una nueva era geológica, definida por el masivo impacto del hombre sobre el planeta. Sus efectos permanecerán en el registro geológico mucho después de que nuestras ciudades hayan desaparecido.
La senda sube por una colina, atraviesa un torrente, vuelve a atravesarlo y después pasa junto al esqueleto de una oveja. Para mí está lloviendo, pero aquí, en las Southern Uplands -las altiplanicies del sur- de Escocia, dicen que esto sólo es una llovizna leve a la que llaman smirr. Justo después del último brusco recodo del camino hay una cascada envuelta en la niebla y un áspero afloramiento de roca desnuda. La piedra tiene franjas verticales, como una tarta de varios pisos apoyada de lado. Mi guía, el estratígrafo británico Jan Zalasiewicz, me señala una ancha franja gris: «Ahí pasaron cosas malas», dice.
Sus efectos permanecerán en el registro geológico mucho después de que nuestras ciudades hayan desaparecido
La capa se depositó hace unos 445 millones de años, con la lenta acumulación de sedimentos en el fondo de un antiguo océano. En aquella época casi toda la vida en la Tierra aún estaba confinada en el agua, y estaba atravesando una crisis. Entre un límite y otro de la capa gris de un metro de grosor, alrededor del 80% de las especies marinas se extinguieron. Muchas eran criaturas que ya no existen, como los graptolites. El episodio de extinciones de finales del ordovícico fue uno de los cinco mayores de los últimos 500 millones de años. Coincidió con cambios extremos del clima, el nivel del mar y la química de los océanos, causados probablemente por la deriva de un supercontinente sobre el polo Sur.
El trabajo de un estratígrafo es reconstruir la historia de la Tierra a partir de pistas deducidas de los estratos rocosos millones de años después de los hechos. Consideran los procesos a largo plazo y prestan atención a los fenómenos más violentos, ya que sólo éstos suelen dejar señales claras y duraderas. Esos sucesos marcan episodios cruciales en los 4.500 millones de años de historia del planeta y son los puntos de inflexión que la dividen en capítulos comprensibles.
Por eso resulta desconcertante averiguar que muchos estratígrafos nos señalan ahora como uno de esos sucesos. Para ellos, los seres humanos hemos alterado tanto el planeta en el último siglo que hemos iniciado una nueva época: el antropoceno. Pregunto a Zalasiewicz cómo cree que verán esta época los geólogos de un futuro lejano. ¿Será una transición moderada, como tantas otras que aparecen en el registro geológico, o aparecerá como una franja bien definida durante la cual sucedieron cosas muy malas, como la extinción masiva del final del ordovícico? Eso, me responde Zalasiewicz, es lo que estamos intentando determinar.
El trabajo de un estratígrafo es reconstruir la historia de la Tierra a partir de pistas deducidas de los estratos rocosos millones de años después de los hechos
El término «antropoceno» fue acuñado hace unos 15 años por el químico holandés Paul Crutzen. Un día Crutzen, quien compartió el Premio Nobel por descubrir los efectos de los compuestos que desgastan la capa de ozono, había asistido a una conferencia científica cuyo director se refería constantemente al holoceno, la época que comenzó al final de la última glaciación, hace 11.500 años, y que se prolonga hasta el presente. «¡Dejémoslo ya! –exclamó Crutzen–. Ya no estamos en el holoceno, sino en el antropoceno.» Dice que se hizo el silencio en la sala.
Ya en la década de 1870, el geólogo italiano Antonio Stoppani había propuesto llamar «antropozoico» a la era caracterizada por la presencia humana, pero su propuesta no prosperó. El antropoceno, en cambio, ha tenido mayor aceptación. Desde los tiempos de Stoppani, el impacto humano en el mundo se ha hecho mucho más evidente, en parte porque la población mundial prácticamente se ha cuadruplicado, hasta alcanzar los 7.000 millones de habitantes. «El patrón de crecimiento de la población humana durante el siglo XX fue más propio de bacterias que de primates», escribió el biólogo E. O. Wilson, quien calcula que la biomasa humana ya es cien veces mayor que la de cualquiera de las otras especies de animales grandes que han vivido alguna vez en el planeta.
En 2002, cuando Crutzen publicó en la revista Nature su idea del antropoceno, el concepto fue adoptado de inmediato por investigadores de diversas disciplinas y pronto empezó a aparecer con regularidad en la prensa científica.
Al principio la mayoría de los científicos que usaban el nuevo término geológico no eran geólogos. A Zalasiewicz, que sí lo es, le pareció interesante. «Observé que el término de Crutzen estaba apareciendo en la bibliografía seria, sin comillas y sin ningún matiz de ironía», recuerda. En 2007 Zalasiewicz presidía la Comisión de Estratigrafía de la Sociedad Geológica de Londres, y en una reunión decidió preguntar a sus colegas estratígrafos qué opinaban del antropoceno. Veintiuno de los 22 presentes consideraron interesante el concepto, por lo que el grupo acordó estudiarlo como un problema geológico formal. ¿Satisfaría el antropoceno los criterios que rigen la designación de una nueva época? En la terminología geológica, las épocas son paréntesis relativamente breves, aunque pueden durar decenas de millones de años. (Los períodos, como el ordovícico y el cretácico, duran mucho más, y las eras, como el mesozoico, son todavía más largas.) Los límites entre las épocas quedan definidos por los cambios conservados en las rocas sedimentarias: por ejemplo, la aparición de un tipo de organismo comúnmente fosilizado o la desaparición de otro.
Lógicamente, el registro de la era actual en la roca todavía no existe, por lo que se plantea la siguiente pregunta: Cuando exista, ¿se verá el impacto humano como un hecho «estratigráficamente significativo»? La respuesta a la que ha llegado el grupo de Zalasiewicz es afirmativa, aunque no necesariamente por los motivos que todos supondríamos. La manera más obvia en que los seres humanos estamos alterando el planeta es probablemente con la construcción de ciudades, que esencialmente son vastas extensiones de materiales artificiales: acero, cristal, hormigón y ladrillo. Pero la mayoría de las ciudades no son buenas candidatas para conservarse a largo plazo, por la sencilla razón de que están construidas en tierra firme, donde las fuerzas de la erosión suelen ganar la partida a la sedimentación. Desde una perspectiva geológica, los efectos humanos más visibles en el paisaje actual «podrían ser en algunos aspectos los más efímeros», ha señalado Zalasiewicz.
Los humanos también hemos transformado el mundo con la agricultura, que ocupa el 38% de la superficie de tierra firme libre de hielo del planeta. También en este caso, algunos de los efectos que hoy nos parecen más significativos dejarán, en el mejor de los casos, una huella leve. Los futuros geólogos tendrán más probabilidades de comprender el alcance de la agricultura industrial del siglo XXI estudiando el registro del polen, a partir de las monótonas extensiones de polen de maíz, trigo y soja que habrán reemplazado el variado registro de polen dejado por los bosques lluviosos o las praderas.
La tala de bosques enviará al menos dos señales codificadas a los futuros estratígrafos, aunque quizá no sea fácil descifrar la primera. La enorme cantidad de suelo que los bosques talados pierden por la erosión determina un aumento de la sedimentación en algunas partes del mundo; pero al mismo tiempo las presas que hemos construido en casi todos los grandes ríos retienen sedimentos que de otro modo llegarían al mar. La segunda señal de la deforestación podría ser más clara. La pérdida de hábitat boscoso es una causa importante de extinciones, que hoy se están produciendo a un ritmo cientos o incluso miles de veces superior que durante la mayor parte de los últimos 500 millones de años.
Pero tal vez el cambio más significativo que se está produciendo desde el punto de vista geológico es invisible para nosotros: los cambios en la composición de la atmósfera. Las emisiones de dióxido de carbono son incoloras, inodoras y, en un sentido inmediato, inofensivas. Pero el calentamiento que inducen podría empujar las temperaturas mundiales a niveles desconocidos desde hace millones de años. Algunas plantas y animales ya están desplazando sus áreas de distribución hacia los polos, y esos cambios dejarán huella en el registro fósil. Algunas especies no sobrevivirán al calentamiento. Mientras tanto, las temperaturas en aumento podrían determinar una subida del nivel del mar de seis metros o más.
Las extinción de especies se esta produciendo en la actualidad a un ritmo miles de veces superior que en los últimos 500 millones de años
Mucho después de que nuestros coches, ciudades y fábricas se hayan convertido en polvo, las consecuencias de quemar miles de millones de toneladas de carbón y de petróleo probablemente seguirán a la vista. El dióxido de carbono calienta el planeta, pero también se infiltra en los océanos y los acidifica. Puede que en algún momento de este siglo alcancen un nivel de acidez que impida a los corales construir arrecifes, lo que dejará una huella en el registro geológico en forma de «interrupción coralina». Cada una de las cinco últimas extinciones masivas se caracterizó por una interrupción coralina. La más reciente, causada según se cree por el impacto de un asteroide, se produjo hace 65 millones de años, al final del período cretácico, y marcó el fin no sólo de los dinosaurios, sino también de los plesiosaurios, pterosaurios y ammonites. La magnitud de lo que está sucediendo hoy en los océanos sólo puede compararse, en muchos sentidos, con lo sucedido entonces. Según Zalasiewicz, es posible que a los futuros geólogos nuestro impacto les parezca tan repentino y profundo como el del asteroide.
Pero si es verdad que hemos ingresado en una nueva época, ¿cuándo empezó exactamente? ¿Cuándo llegó a tener la acción humana repercusiones geológicas? William Ruddiman, paleoclimatólogo de la Universidad de Virginia, ha sugerido que la invención de la agricultura hace 8.000 años, y la deforestación resultante, determinaron un aumento del CO₂ atmosférico lo bastante grande como para impedir el inicio de una nueva glaciación; en su opinión, los humanos hemos sido la fuerza dominante en el planeta prácticamente desde el comienzo del holoceno. Crutzen, por su parte, sitúa el inicio del antropoceno a finales del siglo XVIII, cuando, según revelan los testigos de hielo, los niveles de dióxido de carbono iniciaron un ascenso que no se ha interrumpido. Para otros científicos, la nueva época comienza a mediados del siglo XX, con la rápida aceleración del crecimiento demográfico y del consumo.
Zalasiewicz dirige ahora un grupo de trabajo de la Comisión Internacional de Estratigrafía (ICS), encargado de determinar si el antropoceno merece ser incorporado en la escala de tiempo geológico. La decisión dependerá de los votos de la ICS y de su organización madre, la Unión Internacional de Ciencias Geológicas. Es probable que el proceso tarde varios años. Cuanto más se prolongue, la decisión puede resultar más sencilla. Algunos científicos sostienen que aún no hemos llegado al principio del antropoceno, pero no porque los humanos no hayamos tenido un impacto colosal sobre el planeta, sino porque probablemente las próximas décadas serán aún más significativas desde el punto de vista estratigráfico que los siglos anteriores. «¿Decidimos ahora que el antropoceno ha empezado ya, o esperamos otros 20 años a que la situación empeore todavía más?», dice Mark Williams, geólogo y colega de Zalasiewicz en la Universidad de Leicester, en Inglaterra.
Crutzen, quien abrió el debate, piensa que su auténtico valor no reside en la revisión de los textos de geología, sino en un propósito de mayor envergadura. En su opinión, lo importante es llamar la atención sobre las consecuencias de nuestra acción colectiva, y sobre las posibles maneras que aún tenemos para evitar lo peor. «Lo que espero –afirma– es que el término “antropoceno” sea una advertencia para el mundo.»
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